El delantal andaluz: del mandil de faena a símbolo de identidad y tradición

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En Andalucía, donde cada gesto cotidiano está impregnado de historia y sabor, hay una prenda sencilla que a menudo pasa desapercibida: el delantal. 



Lejos de ser solo una tela para cocinar, fue y sigue siendo parte esencial de la vida, el oficio y la identidad local.


El delantal tiene raíces antiguas (un viaje milenario): ya en la Antigua Creta y el Egipto faraónico se utilizaba en ceremonias y rituales. Con el tiempo se hizo imprescindible en toda Europa medieval, no solamente para proteger la ropa, sino como emblema de oficio: zapateros con delantales negros, canteros con blancos, mayordomos con verdes… cada color señalaba un trabajo distinto.


En nuestra región, el delantal formaba parte del traje de faena: se confeccionaba en telas como el percal estampado (cuadros azul y blanco), y se complementaba con el saya, pañuelo y sombrero típico. Pero más allá de vestirse para trabajar, ese mandil se convirtió en un reflejo de la identidad andaluza, una prenda que acompañaba labores, recogía frutos del campo y protegía la ropa de barro y sol.


Hay recuerdos que transmiten más que mil historias escritas. Por ejemplo, imagina que el delantal de la abuela servía para mucho más que un simple guardapolvo: transportaba huevos o polluelos recién nacidos, secaba lágrimas, limpiaba manitas y apretaba con cariño a los más pequeños cuando llegaban visitas imprevistas. Un auténtico salvavidas furtivo.


Aunque en buena parte del mundo el delantal perdió fuelle desde los años sesenta, en el siglo XXI volvió a brillar. Aparece ahora en cocinas retro, talleres artesanos, bares informales… y se revaloriza como uniforme con carácter, símbolo de autenticidad.


Miki Díaz

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